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Cultura de la lengua española

Palabrotas e idiosincrasia en países hispanohablantes

Palabrota, blasfemia, grosería o insulto. Llámale como quieras. Las gritas, las sueltas, las lanzas al aire en momentos de furia, Te liberan la tensión después de un golpe. Se nos escapan sin intención de vez en cuando, y la mayor parte del tiempo se siente muy liberador decirlas.

La RAE define palabrota como un “dicho ofensivo, indecente o grosero” e insultar como “ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones”.  El insulto, entonces, es un acto del habla cuya función es intentar agredir, atacar o humillar a una persona en un momento determinado. Por esta razón los insultos se ubican fuera de la norma social.

Pero los insultos no son solamente actos de habla que atacan la imagen positiva, y en algunos casos, negativa de los interlocutores, sino que también son capaces de reflejar qué actitudes, creencias y cualidades son evaluadas como negativas o positivas por los miembros de una comunidad de habla específica. En este sentido, se podría decir que los enunciados considerados insultantes forman parte del patrimonio lingüístico y cultural de una comunidad de habla en particular y que ellos pueden reflejar ciertos (anti)valores sociales. De esta forma el insulto, que nace de las palabras (terreno lingüístico) se extrapola también al terreno de lo social y cultural.

Aunque las palabrotas se encuentran fuera de la norma social no siempre son “actos de habla puramente descorteces”, ya que también se observa un uso de identificación de un grupo particular. En estos casos no tienen una carga semántica ofensiva, sino que cumplen otras funciones, como crear solidaridad, estrechar lazos de camaradería y amistad, enfatizar e intensificar enunciados, expresar sorpresa, llamar la atención del interlocutor e identificar a los participantes de las interacciones como miembros de un grupo. Como en el caso de “¡Buena güeón, tanto tiempo! (Chile) o “¡Pedazo de cabrón, cuánto tiempo! (España).

El tabú lingüístico

No todas las culturas consideran ofensivas las mismas palabras, pero sí todas tienen en común que consideran ofensivas las palabras tabúes. Lo prohibido siempre despierta el interés social.

Hay tres grandes tabúes que se repiten como temática dentro de las groserías. En primer lugar, está la esfera escatológica. Son muy comunes las groserías que hacen referencia a excremento, mugre, secreciones corporales o las partes del cuerpo que las producen. Luego, la esfera sexual. Una buena parte de las malas palabras se refieren al acto sexual, sobre todo si en una determinada cultura es un tema más bien vergonzoso. Algo curioso del español, tanto hispanoamericano, como europeo, es que existen bastantes insultos relacionados con quienes ejercen la prostitución (hijoputa/hijaputa, hijo de puta, hija de puta), pero no hay ninguno que haga alusión a quién paga por tener sexo.

La religión y todo lo que tenga relación con lo sacro son temáticas que no se espera que se planteen fuera de un contexto de solemnidad, por lo que crear groserías a partir de este tipo de palabras es realmente transgresor y corresponde al tercer gran tabú: el de la esfera religiosa. De hecho, el cristianismo dice explícitamente “no tomarás el nombre de Dios en vano”, entonces traer a colación objetos sagrados en todo de burla es muy provocador.

Otro tipo de insulto es el que hace alusión a la poca capacidad intelectual de alguien. Por otra parte, en las culturas latinas es bastante común insultar a alguien haciendo referencia a su madre (su progenitora). Aquí puedes ver un video acerca de los tabúes lingüísticos en las palabrotas.

Los tipos de palabrotas según países

[Advertencia: Si estás en un espacio público donde hablen español no te recomiendo leer este artículo en voz alta, o más de alguien te mirará feo.]

En España llama la atención cómo la esfera religiosa ocupa un lugar importante a la hora de insultar. Por ejemplo, tienen expresiones como “hostia”, “me cago en la mar” o “me cago en la hostia” u otros más fuertes como “me cago en Dios”. Mientras que, al otro lado del Atlántico, en Chile y Argentina se tiende a insultar principalmente con palabrotas que aluden a la esfera de lo sexual como “concha”, “pico”, “chucha”, “raja” o “concha de su madre”.

Estas diferencias de temáticas son bien interesantes porque nos hablan de lo que es incómodo para una sociedad como la española, la argentina o la chilena, y cómo a través de los insultos pueden liberar -en parte- lo que reprimen como sociedad.

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